miércoles, 15 de agosto de 2007

HISTORIA


INTRODUCCIÓN

Como en este dicho popular, el rebozo ha sido homenajeado por la literatura, la música y la pintura, pues saber tejerlo es un arte y saber portarlo es otro. Muchos autores han escrito sobre el rebozo, como Ramón López Velarde, Manuel Payno, Guillermo Prieto y Julio Guerrero.
El rebozo –tela funcional y ornamental, larga y angosta con anudados y flecos en cada extremo-, como muchas de las prendas indígenas de México, se ha adaptado desde la época prehispánica y la Colonia a los cambios culturales, sociales, económicos y políticos que ha tenido nuestro país.
Así, el rebozo ha sido cuna que arrulla, abrigo que cobija, sombra que refresca, vestimenta que corona, elegancia que distingue, tradición que permanece… El rebozo tiene usos tan variados como la imaginación lo permita y es fiel testigo de la historia de México, única pieza textil del arte indígena y popular que es símbolo de identidad nacional।

EL REBOZO COLONIAL

Con la llegada de los españoles se introdujeron la lana y la seda, así como la rueca y el telar de pedales, por lo que las antiguas mantas y ayates sufrieron transformaciones। Las Ordenanzas de la Real Audiencia de toda Nueva España, en 1582 prohibieron a la mujer negra, mulata o mestiza el uso de indumentaria indígena como los lienzos que antecedieron al rebozo. Como consecuencia, las mujeres rediseñaron la prenda haciéndola más larga, más ancha, decorándola con tinte de añil a rayas blancas y azul pálido, y empuntándola, dando origen al rebozo. El rapacejo -término que designa a los complejos anudados de las puntas-comenzó a adaptar hilos de colores para formar dibujos animales y vegetales, como reminiscencia de los brocados de pluma en el arte textil indígena.

Una de las causas de la transformación del rebozo se debió a los misioneros, ya que las mujeres tenían prohibido entrar a las iglesias con la cabeza descubierta। Otra fue la influencia de los mantones y las mantillas españoles que introdujo el Galeón de Manila en el siglo XVII, así como de otras prendas traídas de la India.

La única descripción sobre el uso de una prenda similar a un rebozo o tápalo, la hizo Fray Diego Durán en 1572। Para 1625 Tomás Gage, al hablar del vestido utilizado por negras y mulatas dice: “…se encuentran otras en la calle, que en lugar de mantillas se sirven de una rica faja de seda, de la cual se echan parte al hombro izquierdo y parte sostienen con la mano derecha…”

Hacia el siglo XVIII, los principales centros reboceros ubicados en la Nueva España eran: Chapa de Mota (Estado de México), Acaxochitlán y Altepex (Puebla), Yalalag (Oaxaca) y Santa María del Río (San Luis Potosí)। La variedad de rebozos existentes era enorme, aunque predominaba el rayado con dibujos de ikat y bordados, con cortos rapacejos de picos anudados. Los rebozos de las clases bajas se limitaban a ser de algodón, mientras que los de las altas se combinaron con seda, listas y bordados de oro, plata y otros metales. El barroco enriqueció a las piezas más sobresalientes con complejos bordados paisajísticos y escenas costumbristas. Para 1757, las Ordenanzas de Gremios especificaron cómo debían hacerse los “paños o tiras de rebozo, chapanecos, petatillos y rejadillos”.

El Segundo Conde de Revillagigedo describe al rebozo como la prenda que “llevan sin exceptuar ni aún las monjas, las señoras más principales y ricas, y hasta las más infelices y pobres del bajo pueblo. Usan de ella como mantilla, como manteleta, en el estrado, en el paseo y aún en la casa; se la tercian, se la ponen en la cabeza, se embozan con ella y la atan y anudan alrededor del cuerpo…”

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